Pregón 2007

MIRARÁN AL QUE TRASPASARON


Buenas tardes señoras y señores.

Muchas gracias por la presentación, Sra. Concejal de Cultura, Dª Mª Luisa Caldera Sánchez-Capitán. Saludo cordialmente a los Hermanos mayores de la Cofradía de la Vera Cruz y de la Hermandad de Jesús Nazareno, y en ellos saludo a todos y cada uno de los hermanos de ambas asociaciones de fieles. Saludo con afecto a D. Luis Francisco Martín, de quien recibí la invitación para pregonar esta Semana Santa 2007. Hago extensivo mi saludo a todos los aquí presentes, señor arcipreste, hermanos sacerdotes, religiosas y religiosos. Hermanas y hermanos todos en Jesús, nuestro Salvador.

Hago una advertencia previa. Durante el pregón ustedes podrán ir viendo varias imágenes proyectadas en la pantalla grande, corresponden a lo que podíamos llamar "la otra semana santa bejarana". Se trata de una colección de imágenes religiosas de semana santa. Proceden de las distintas iglesias de la ciudad y todas ellas son imágenes poco conocidas.


INTRODUCCIÓN


El Diccionario de la Real Academia española de la lengua define pregonar en su acepción primera como "publicar, hacer notorio en voz alta algo para que llegue al conocimiento de todos". En este sentido tomamos esta tarde nuestra tarea de pregonar la Semana Santa de 2007.

Como Jonás en Nínive o Juan Bautista en el desierto de Judea deseo alzar la voz de mi corazón para proclamar: convertíos porque está cerca el Reino de los cielos: (Mt 4,17). En efecto, el Reino de Dios está en medio de vosotros, bautizados en Cristo: lo tenéis en vuestro corazón, lo habéis recibido como un don, don que hay que agradecer, conservar y hacer fructificar.

Y ahora nos preguntamos, por el contenido de ese Reino, en concreto, este año. ¿Qué pregonaremos este año? El Papa nos ha dado el tema. En su mensaje para la Cuaresma de 2007 nos invita a dirigir la mirada del corazón hacia la Cruz: MIRARÁN AL QUE TRASPASARON. Pregonemos, pues, al Traspasado; elevemos nuestros ojos y nuestro corazón hasta ese Crucificado colocado en el centro del ábside de la iglesia de san Juan Bautista, y que nada más entrar en el templo nos invita a centrar nuestra mirada en él.

Para ello nos vamos a dejarnos guiar por Juan el evangelista, el vidente. Él fue testigo de la escena evangélica que nos disponemos a pregonar, pues estaba al pie de la cruz aquella misteriosa tarde. Dice Orígenes, autor eclesiástico del siglo III: "La flor de los cuatro evangelios es el Evangelio de Juan, cuyo sentido profundo no puede comprender quien no haya apoyado la cabeza en el pecho de Jesús y no haya recibido a María como propia Madre" (Contra Celso, I, 26.28 (SCh 147, pp. 202, ss.)). Vamos, pues, a dirigir nuestra mirada al traspasado y a acoger a María como propia Madre, a los pies de la imagen de la Virgen de las Angustias de Santa María la Mayor, que en el costado de Jesús muerto el escultor ha querido ocultar un místico sagrario. Acojamos como madre personal de cada uno de nosotros a Aquella Virgen dolorosa que estaba al pie de la cruz, con su mirada vuelta hacia el Padre eterno, como perdida en un misterio que no acaba de comprender pero que asiente con una lágrima. Virgen Dolorosa de El Salvador, introdúcenos en la hora suprema de tu Hijo bienamado.

¿Qué es mirar? A veces decimos: "estoy mirando pero no veo nada". Mirar implica un movimiento interior nuestro, dirigir la mirada atenta hacia algo. Pero necesitamos la luz, para poder ver. Pido, pues, para todos los presentes la luz de la fe y el fuego de la caridad. Con ellos podremos dirigir nuestra mirada y contemplar al Traspasado.

¿Quién es ese Traspasado hacia el que debemos dirigir nuestra mirada? ¿Qué debemos ver allí? ¿Qué hemos de contemplar? El evangelista Juan nos narra en el capítulo 19 de su evangelio el acontecimiento histórico, el hecho físico de la herida del costado: "Al llegar Jesús, como lo vieron muerto... uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua". Pero Juan, el profeta, autor del Apocalipsis, curiosamente introduce de nuevo esta imagen en una perspectiva escatológica, al final de los tiempos, como subrayando la importancia del Traspasado en la consumación de la historia: "Todo ojo lo verá, también los que lo atravesaron" (Ap 1,7). Y comenta el joven Ratzinger, entonces profesor de Teología, en una meditación predicada el viernes santo de 1966: "La historia en la perspectiva de la fe se desarrolla entre estas dos miradas". Vamos, pues, a dirigir todos los presentes nuestras miradas esta noche hacia ese Traspasado.


1. LA CRUZ EN ALTO

Iniciamos nuestro itinerario de la mano del apóstol Juan. Nicodemo va de noche a ver a Jesús; desea hablar con él, conocer mejor a este nuevo rabí. Jesús le indica que para entrar en el Reino ha de nacer de nuevo. Nicodemo objeta: ¿cómo un viejo puede nacer de nuevo, acaso ha de entrar de nuevo en el seno de su madre? La conversación concluye con un misterioso pasaje: "lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre , para que todo el que cree en él tenga vida eterna". Nicodemo comienza a entender a la luz del pasaje del libro de los Números (Num 21,9): así como la serpiente de bronce mirada con fe devolvía la salud a los mordidos por las serpientes, de la misma manera quien mire al Hijo del Hombre elevado recobrará la salud. Pero no todo está claro para Nicodemo, no comprende quién es ese Hijo del Hombre, qué significa que será elevado, dónde va a ser elevado, qué es esa salud... nosotros no estamos mordidos por ninguna serpiente, en definitiva, hacia quién o qué se ha de dirigir la mirada. 

Poco a poco Nicodemo comprenderá... el mismo evangelio de Juan está redactado en esta clave entre otras... Nicodemo y con él nosotros esta noche somos invitados a descubrir este misterio que comenzó a desvelarse aquella noche, en aquella conversación con el Rabí de Galilea. Más adelante, otra noche Nicodemo será luz en medio de las más lúgubres tinieblas, será él quien defienda a Jesús ante el Sanedrín, el tribunal religioso y político de Israel. En el corazón de Nicodemo se va haciendo luz, se vislumbra la aurora de la fe, se dividen las tinieblas (Jn 3,19).


2. UNA FUENTE DE AGUA VIVA

De nuevo estamos con Juan en Jerusalén. La ciudad está en fiestas, celebra la fiesta de los Tabernáculos. Leemos en el capítulo 7: "El último día, el más solemne de las fiestas, Jesús en pie gritaba: «El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba. Como dice la Escritura: de sus entrañas manarán torrentes de agua viva.»". Los judíos saben que en estos días cada mañana durante la celebración, un sacerdote bajaba hasta la Fuente de Siloé trayendo, en una vasija de oro, agua que derramaba sobre el altar de holocaustos, en medio de cantos de Aleluyas y sonidos jubilosos de instrumentos musicales. Jesús anuncia esta nueva promesa en el contexto de esta fiesta. Como vemos Juan, el evangelista, al construir su evangelio nos va dirigiendo hacia una nueva y definitiva mirada, hacia el manantial nuevo que brotará de las entrañas del Santuario, como un torrente de agua que da vida por donde pasa, porque estas aguas son portadoras de vida. Se está cumpliendo así la profecía de Ezequiel 47: "Del atrio del templo manaba agua hacia levante -el templo miraba a levante-. El agua iba bajando por el lado derecho del templo, al mediodía del altar".


3. UNOS GRIEGOS QUIEREN VER A JESÚS

San Juan tiene un empeño particular en vincular los grandes acontecimientos de Jesús al discurrir de las fiestas del calendario judío. Volvemos a la ciudad santa, en la gran peregrinación que todos los años se da cita en la fiesta judía. Nos encontramos en las vísperas de la fiesta de la Pascua, corazón del calendario del fervoroso judío. Hasta la ciudad de David han subido también unos griegos y muestran el deseo de conocer más en profundidad al rabí de Galilea, a quien ayer vieron entrar triunfante en la ciudad, aclamado por una gran muchedumbre. Se dirigen a Felipe -el nombre del apóstol es de procedencia griega- y le muestran el anhelo de hablar con Jesús. Jesús les atiende y les dice: "ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre... Cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí" (Jn 12,23.32). De nuevo Jesús está aludiendo a una elevación del Hijo del hombre y que todos serán atraídos por ese Hijo del hombre, elevado sobre la tierra. En el corazón del Señor se esconde una vez más la hora de la exaltación y la invitación a dirigir la mirada hacia el Hijo del hombre levantado.


4. RECOSTADO EN SU PECHO

Del domingo de Ramos al jueves santo. Última cena de Jesús con sus discípulos, en el marco de la Cena pascual judía. Todos los judíos se reunirán en la víspera del gran día de la Pascua para la cena ritual, que Jesús adelanta unas horas. Después del lavatorio de los pies, extraño gesto incomprendido por todos, de modo particular por Simón Pedro, Jesús anuncia la traición de uno del grupo. Simón se siente responsable del grupo y pide a Juan -más próximo a Jesús- que discretamente le pregunte quién va a ser el traidor. Juan, en un movimiento de intimidad, reclinándose sobre el pecho del Señor, pregunta: ¿quién es ese traidor? Pues bien, el autor del sagrario del retablo central de santa maría la Mayor ha querido plasmar este momento en su obra de arte. En efecto, en la puerta del sagrario aparece el evangelista san Juan recostando su cabeza sobre la misma puerta. Y éste aparece en el evangelio como el discípulo amado, el discípulo por antonomasia; o, por mejor decir con Orígenes, sencillamente "el discípulo".


5. LE TRASPASÓ EL COSTADO

Llegamos al momento central de nuestra exposición. Después de crucificar a los tres, uno a cada lado y Jesús en medio, Jesús expiró. Ahora ocurre un acontecimiento inesperadamente casual pero que es central en la teología de Juan. Como era el día de la preparación para la Pascua, la Parasceve, día grande, y los cuerpos estaban expuestos en el camino, para que no quedaran en la cruz ese sábado tan solemne, rogaron a Pilatos -se supone que las autoridades judías- que les quebraran las piernas y los bajaran de las cruces. Así que fueron los soldados y quebraron las piernas a los dos crucificados con Jesús. Era un modo de acelerar la muerte, pues habían sido condenados a muerte de cruz, y en cruz debían morir. Al llegar a Jesús y ver que ya había muerto, no le quebraron las piernas, pues no era necesario; sino que uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza y en ese momento salió sangre y agua. La narración es muy normal, el desarrollo lógico. Pero para Juan -que está allí presente- esa escena tan normal reviste una gran revelación.

En efecto, la narración viene precedida de una introducción y finaliza con una conclusión de cumplimiento de las profecías. La introducción es característica de Juan. Cuando el evangelista quiere llamar la atención del discípulo lector sobre algo fundamental, introduce la escena con palabras solemnes, y lo suele enmarcar dentro de alguna fiesta judía. Así ocurre en el presente. En efecto, reitera la solemnidad del día siguiente, el Sábado de los sábados, el día de la Pascua. Y la escena concluye con el cumplimiento de dos profecías; una de ellas referente al modo de disponer el cordero pascual, al que no se le puede romper hueso alguno; la otra del profeta Zacarías, levantando la mirada hacia elevado.

La escena, pues, reviste para Juan una gran importancia. Él es testigo de la misma, vio salir sangre y agua y da testimonio de ello, y subraya que su testimonio es verdadero, y que dice la verdad, y que lo reafirma para que también nosotros -los lectores- creamos.

Ha llegado a plenitud la revelación de Dios, se ha abierto la nueva fuente del nuevo templo: del lado derecho del templo ha brotado el agua viva de nuestra salvación. "Para que también vosotros creáis" en la terminología de Juan es para que tengáis vida, viváis la vida de Dios.

La celebración de la semana santa es precisamente esto, tener vida en abundancia, recibir la vida que brota a borbotones de esta fuente misteriosa. Los misterios que celebraremos en nuestras iglesias, los sacramentos pascuales -penitencia y eucaristía- que recibiremos, el bautismo que renovaremos en la noche santa de la Pascua, las imágenes que procesionaremos, los gestos de solidaridad, ayuno, penitencia, limosnas... tienen como finalidad hacer llegar hasta cada uno de nosotros ese caudal de aguas saludables que brota del costado abierto del Señor.

El velo rasgado y el cielo abierto. En efecto, el cielo, cuyo acceso estaba cerrado desde la caída de Adán, ha quedado ahora expedito para el hombre caminante en este mundo. El velo del templo se ha rasgado. Detalle éste que omite Juan a diferencia del resto de los evangelistas. El significado parece ser que el velo del nuevo templo era la carne de Cristo. Motivo éste por el que Juan no refiere el pasaje; por el contrario, narra el pasaje de la lanzada, pero con un sentido mucho más profundo.


6. SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO

Cuando todos pensábamos que con la escena de la lanzada y del agua y la sangre brotando todo había quedado concluido, tropezamos ahora con un nuevo pasaje que tiene como centro le costado del Salvador. En efecto, Juan narra en el capítulo 20 otra escena impresionante. Tiene lugar a los ocho días de la Pascua, estando los discípulos reunidos en un mismo lugar, Tomás también está con ellos esta vez. Jesús en medio de ellos otra vez, y después de saludarles con el tradicional saludo judío, dice a Tomás: "trae acá tu mano y ponla en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente". Cuando Tomás tocó la humanidad glorificada de Jesús exclamó: ¡Señor mío y Dios mío! Y he aquí otro de los momentos cumbres del evangelio de Juan. En efecto, es la primera confesión explícita de la divinidad de Jesucristo, afirmación ésta realizada después de palpar el costado abierto del Señor. Es el credo incipiente del nuevo discípulo. Con la fe llega la vida. Del costado abierto ha brotado la vida del hombre, la fe.


A MODO DE EPÍLOGO


En el cementerio de Salamanca, en el nicho 340 de la galería este se encuentra un epitafio
sobre una tumba donde podemos leer:

"Méteme, Padre eterno, en tu pecho,
misterioso hogar.
Dormiré allí, pues vengo deshecho
del duro bregar"

Los versos son de don Miguel de Unamuno. El sepulcro custodia sus restos mortales.

Feliz y santa Pascua a todos los presentes.

He dicho.

Béjar, a veinte de marzo de dos mil siete


Félix Pérez López